Sostener que las naciones más avanzadas y desarrolladas (la mayor parte de Europa y la menor de América) alcanzaron ese status por responder a la libertad y la tolerancia, para oponer esta idea a los países menos desarrollados (Latinoamérica en este caso) cuya historia durante largo trecho del siglo XX ha estado signada por la violencia, no es más que negar la infancia y adolescencia del desarrollo europeo. Sobre todo cuando estos postulados se fundamentan con acusaciones que ignoran deliberadamente los contextos históricos socio-culturales.
Algunos periodistas supuestamente “críticos” tratan de presentar a una América Latina salvaje, que intenta alcanzar la superación por las rutas violentas, y basan estos argumentos en declaraciones como “(…) asesinos como el Che Guevara”. Sin importarles que sus opiniones se transformen en naderías debido a su falta de comprensión y su incapacidad de análisis, a esa América Latina, violentada por culpa de asesinos inventados, tratan de imponerle como ejemplo unas sociedades más avanzadas, libres y pacíficas, pero omiten o desconocen el hecho de que esas mismas sociedades han sido cimentadas por verdaderos próceres del “salvajismo” del pensamiento y la acción, y a lo largo de los siglos han servido de escenario para las atrocidades más desafortunadas que puedan recordarse; estos intelectuales parecen ignorar la historia pasada de esas sociedades tan justas, tan tolerantes, tan pácificas; parecen olvidar que durante mucho tiempo aquellas naciones no avanzaban, sino que se movían en círculos, no tenían libertad, sino monarquías, y tampoco tolerancia, sino que estaban regidas por la dictadura del “pensamiento único”.
Al leer ciertos artículos de algunos periodistas que demonizan explícitamente a hombres como el Che Guevara, pero por momentos parecen defender implícitamente a otros como Augusto Pinochet, es inevitable preguntarse dos cosas: en primer lugar, si alguna vez se detuvieron a pensar que sus obras podrían tener un mayor valor si, luego de atacar de forma explícita, defendieran de la misma forma, y no escondiéndose en los vericuetos del lenguaje que siempre son ricos, pero que en este caso, sólo dejan ver un sesgo de cobardía. La segunda pregunta que puede surgir es si esos intelectuales que contradicen la intelectualidad han adquirido, a lo largo de su prestigiosa trayectoria, un mínimo conocimiento de la historia que pretenden exaltar. La verdad puede ser relativa, pero si es “a medias”, ni siquiera es verdad. Colocarle a Ernesto “Che” Guevara el mote de “asesino que estuvo dispuesto a matar por cuestiones meramente ideológicas”, es precisamente una verdad a medias. Antes que nada, una aclaración que no debería ser necesaria: todas las guerras y revoluciones se han librado siempre por cuestiones ideológicas, por diferencias de ideas políticas y económicas. Paralelamente, cabe destacar una verdad que, a pesar de ser detestable, es innegable: en las batallas, todos buscan vencer, y si para ello hay que matar, lo hacen. Algunos vencen, otros mueren, y estamos de acuerdo en que nadie puede defender tal cosa. Pero es una realidad; cruda, odiosa, sádica y despiadada, pero realidad al fin. ¿Acaso los jóvenes argentinos que dispararon sus armas contra los británicos en la guerra de las Islas Malvinas (una guerra de la cual participaron engañados o por la fuerza) y sólo por eso sobrevivieron podrían ser llamados “asesinos” tan gratuitamente? ¡Cuidado ensayistas, profesionales de la palabra! La pluma es más poderosa que la espada, pero al igual que aquella tiene doble filo.
Es cierto que el régimen de Castro en Cuba ha continuado (no iniciado) parte de la tradición de su antecesor, Fulgencio Batista, es decir, que ha utilizado la prisión y el fusilamiento contra sus opositores. Algunos lo llamarán “terrorismo de Estado”. Pero existe una gran brecha entre desaprobar el ejercicio sostenido del terror desde el poder, y acusar tan gratuitamente de “asesino” a quien peleó en una guerra. Nuevamente: en todas las guerras hay quien mata y quien muere. Nadie defiende a quien mata, porque ningún ser humano en sus cabales puede ponderar algo tan decadente. Aunque siempre hay alegría por quien sobrevivió, y en los campos de batalla sólo se sobrevive de una forma.
Por otro lado, también es cierto lo que sostienen aquellos periodistas acerca de que las sociedades más avanzadas son las que disfrutan de más libertad y tolerancia. Pero parece un error de carácter histórico colocar esto como pseudo-ejemplo para los países latinoamericanos que, según ellos consideran, han tomado el camino de la violencia para alcanzar el progreso.
Los países más avanzados, especialmente los europeos, sólo lograron comprender la tolerancia luego de pasar varios siglos marcados por guerras, corrupciones varias y violencia. Mencionar apenas algunos hechos debe bastar para refutar ese postulado que intenta fundamentarse con el presente, ignorando el pasado. Europa presenció las conquistas militares de Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte (todas logradas mediante la batalla de campaña, es decir, la violencia y la muerte);
Esto debería ser prueba más que suficiente de que el progreso europeo y de otras sociedades (en algunos casos, ese progreso es materia pendiente), su ventaja actual frente al mundo, se alcanzó luego de transitar un extenso recorrido, ni mucho más pulcro ni mucho menos hediondo que el que, suponen, camina América Latina, continente que también encontró el frío del acero español durante la colonización. Un dato más para añadir al historial.
El “ejemplo” de las sociedades más avanzadas, se alza ante las atrasadas como un muro construido con ladrillos de violencia, pegados con la sangre coagulada de los cuerpos que su transición hacia la “tolerancia” ha dejado en el camino.
No parece posible creer que alguien que se supone ha recibido una instrucción, que posee amplia experiencia profesional, que ha leído y que, en algunos casos, hasta ha sido reconocido o premiado, pueda ignorar la historia y los procesos de construcción por el que todas las sociedades han pasado. No parece posible que pueda lanzar acusaciones al aire, sin lograr ubicarlas en un contexto. Pero está demostrado que sí es posible. Claro está que, si pudieran ubicarlas en un contexto histórico social, la acusación misma se vendría abajo, y con ella, todo el edificio de ideas carentes de sentido que han escrito como si hubieran sido escupidas en lugar de elaboradas y pensadas.
Es cierto que América Latina es una región que se ha visto infectada con el germen de la violencia, muchas veces interna, otras provocada desde afuera, forzada por las mismas sociedades que lograron el progreso. Tal vez no exista autoridad moral alguna para justificar la barbarie, pero tampoco existe un sólo ejemplo que se le pueda restregar en el rostro a este continente, que no esté salpicado por una barbarie peor. América Latina fue descubierta, influenciada y dominada por esas sociedades que recién ahora han llegada a la meta de la tolerancia y la libertad; posiblemente la barbarie sea contagiosa.
Los periodistas, intelectuales, ensayistas y conocedores de inmensa trayectoria, portadores de gran respeto, que se envuelven en esas opiniones muchas veces vacías de conocimientos, podrían considerar la posibilidad de hacerle honor a esas cualidades que se les adjudican, o demostrar que realmente las poseen. Si se ignoran los contextos, la historia, el pasado, la opinión carece completamente de valor y, por lo tanto, sólo se pueden enunciar ideas fútiles y faltas de todo contenido coherente, conceptos vacuos y erráticos propios no de un intelectual, sino precisamente, de un ignorante. Un ignorante peligroso, pues su investidura falsamente merecida le concede el poder de difundir sus naderías a lo largo y a lo ancho de la sociedad que habita. Pero aún así, no es más que un personaje ramplón que viste la intelectualidad como una máscara, y eso lo vuelve dañino y contaminante.
Lo más decepcionante sería pensar o saber que en realidad no ignoran en absoluto esa historia que se esconde detrás de sus ejemplos y sus justificaciones, sino que prefieren hacerla a un lado, maquillarla, acomodarla para que encastre perfectamente con lo que pretenden transmitir. Moldear la verdad entera para después cortarla y presentarla como algo irrefutable. Pero si es así, siempre podrá ser refutada con la otra mitad de esa verdad a medias.
Pablo Sieira*
Junio de 2007
*Pablo Sieira es mi compañero de la vida. Un gran estudiante de la UNLZ. Pero sobre todo, un gran periodista (nada de incipiencias, ¡oíste! ¿no?)
2 comentarios:
Dios los cría y, mediante la facultad, los junta. Por favor Pablo, me levanto y te aplaudo.
Pablo,
creo q es una gran creación tuya. Por eso te la pedí para publicarla en este espacio. Sos un grande, creéme... yo.!!
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