viernes, 23 de noviembre de 2007

Camino y Vida

Vimos caminos
Entrelazarse unos con otros.
Vimos al tiempo
Desplazándose ante nosotros.

Tiempo muy lento.
Tiempo que parece ir a destiempo.

Sueños son vuelos
Que se van derivando lejos.
Sueños, pasiones,
Latiendo en nuestros corazones.

Sueños eternos.
Sueños que se nutren de los deseos.

Se abre una página
Empieza otra vez,
Se vuelven locos
Los que no saben querer.
El tiempo se bate
Ante la nostalgia
El recuerdo amenaza
Con no volver.

Se cae una lágrima,
Cae otra vez.
Lo que avanzo
No lo puedo retroceder.
Queda ese camino
Por recorrer.
Se vuelven locos
Los que no pueden con él.

Vida, vivida.
La vida construida en cada día.
Vivir la vida,
El único sentido de la vida.

Vida, mi vida
Camina, pareciera estar perdida.

Pierdo silencios
Cada vez que hablo aún sin hablar.
Pierdo, me pierdo.
La vida es juego y no aprendo a jugar.

Juego, invento.
Juego, digo hasta mañana y duermo.

*Quizás no sea lo mejor que escribí. Pero tiene mucho valor sentimental. Fue hace unos cuantos años, cuando mi amor por la música no se había apagado tanto (es una canción)... Creo que no se apagó. Espero que no se apague nunca.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Táctica y Estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.
Mario Benedetti

jueves, 15 de noviembre de 2007

La Otra Mitad De Las Verdades A Medias, por Pablo Sieira

Sostener que las naciones más avanzadas y desarrolladas (la mayor parte de Europa y la menor de América) alcanzaron ese status por responder a la libertad y la tolerancia, para oponer esta idea a los países menos desarrollados (Latinoamérica en este caso) cuya historia durante largo trecho del siglo XX ha estado signada por la violencia, no es más que negar la infancia y adolescencia del desarrollo europeo. Sobre todo cuando estos postulados se fundamentan con acusaciones que ignoran deliberadamente los contextos históricos socio-culturales.
Algunos periodistas supuestamente “críticos” tratan de presentar a una América Latina salvaje, que intenta alcanzar la superación por las rutas violentas, y basan estos argumentos en declaraciones como “(…) asesinos como el Che Guevara”. Sin importarles que sus opiniones se transformen en naderías debido a su falta de comprensión y su incapacidad de análisis, a esa América Latina, violentada por culpa de asesinos inventados, tratan de imponerle como ejemplo unas sociedades más avanzadas, libres y pacíficas, pero omiten o desconocen el hecho de que esas mismas sociedades han sido cimentadas por verdaderos próceres del “salvajismo” del pensamiento y la acción, y a lo largo de los siglos han servido de escenario para las atrocidades más desafortunadas que puedan recordarse; estos intelectuales parecen ignorar la historia pasada de esas sociedades tan justas, tan tolerantes, tan pácificas; parecen olvidar que durante mucho tiempo aquellas naciones no avanzaban, sino que se movían en círculos, no tenían libertad, sino monarquías, y tampoco tolerancia, sino que estaban regidas por la dictadura del “pensamiento único”.
Al leer ciertos artículos de algunos periodistas que demonizan explícitamente a hombres como el Che Guevara, pero por momentos parecen defender implícitamente a otros como Augusto Pinochet, es inevitable preguntarse dos cosas: en primer lugar, si alguna vez se detuvieron a pensar que sus obras podrían tener un mayor valor si, luego de atacar de forma explícita, defendieran de la misma forma, y no escondiéndose en los vericuetos del lenguaje que siempre son ricos, pero que en este caso, sólo dejan ver un sesgo de cobardía. La segunda pregunta que puede surgir es si esos intelectuales que contradicen la intelectualidad han adquirido, a lo largo de su prestigiosa trayectoria, un mínimo conocimiento de la historia que pretenden exaltar. La verdad puede ser relativa, pero si es “a medias”, ni siquiera es verdad. Colocarle a Ernesto “Che” Guevara el mote de “asesino que estuvo dispuesto a matar por cuestiones meramente ideológicas”, es precisamente una verdad a medias. Antes que nada, una aclaración que no debería ser necesaria: todas las guerras y revoluciones se han librado siempre por cuestiones ideológicas, por diferencias de ideas políticas y económicas. Paralelamente, cabe destacar una verdad que, a pesar de ser detestable, es innegable: en las batallas, todos buscan vencer, y si para ello hay que matar, lo hacen. Algunos vencen, otros mueren, y estamos de acuerdo en que nadie puede defender tal cosa. Pero es una realidad; cruda, odiosa, sádica y despiadada, pero realidad al fin. ¿Acaso los jóvenes argentinos que dispararon sus armas contra los británicos en la guerra de las Islas Malvinas (una guerra de la cual participaron engañados o por la fuerza) y sólo por eso sobrevivieron podrían ser llamados “asesinos” tan gratuitamente? ¡Cuidado ensayistas, profesionales de la palabra! La pluma es más poderosa que la espada, pero al igual que aquella tiene doble filo.
Es cierto que el régimen de Castro en Cuba ha continuado (no iniciado) parte de la tradición de su antecesor, Fulgencio Batista, es decir, que ha utilizado la prisión y el fusilamiento contra sus opositores. Algunos lo llamarán “terrorismo de Estado”. Pero existe una gran brecha entre desaprobar el ejercicio sostenido del terror desde el poder, y acusar tan gratuitamente de “asesino” a quien peleó en una guerra. Nuevamente: en todas las guerras hay quien mata y quien muere. Nadie defiende a quien mata, porque ningún ser humano en sus cabales puede ponderar algo tan decadente. Aunque siempre hay alegría por quien sobrevivió, y en los campos de batalla sólo se sobrevive de una forma.
Por otro lado, también es cierto lo que sostienen aquellos periodistas acerca de que las sociedades más avanzadas son las que disfrutan de más libertad y tolerancia. Pero parece un error de carácter histórico colocar esto como pseudo-ejemplo para los países latinoamericanos que, según ellos consideran, han tomado el camino de la violencia para alcanzar el progreso.
Los países más avanzados, especialmente los europeos, sólo lograron comprender la tolerancia luego de pasar varios siglos marcados por guerras, corrupciones varias y violencia. Mencionar apenas algunos hechos debe bastar para refutar ese postulado que intenta fundamentarse con el presente, ignorando el pasado. Europa presenció las conquistas militares de Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte (todas logradas mediante la batalla de campaña, es decir, la violencia y la muerte);
la Inquisición; el reinado de los Borgia en el Vaticano y parte del continente (conspiraciones, engaños, presuntas tramas siniestras que acarreaban el asesinato); la Revolución Francesa (los primeros pasos de la tradición republicana, llevados a cabo mediante la guillotina); las guerras de 1820, 1830 y 1848; las repetidas invasiones a Sicilia por parte de varios países a lo largo de la historia; el fascismo de Benito Mussolini; la 1º y 2º Guerra Mundial; el surgimiento de Adolf Hitler (con el beneplácito de gran parte de la población alemana); el holocausto nazi; etc. En cuanto a Norteamérica, que podría considerarse como una de esas sociedades desarrolladas, es preciso señalar que desde el siglo XIX, cuenta en su haber con presidentes asesinados o víctimas de intentos de asesinatos. Las minorías que habitan aquel suelo han sufrido atentados a la vida y a la dignidad. El Ku Klux Klan no estaba conformado por latinoamericanos. Tampoco se debe olvidar que en la actualidad, se ejerce una fuerte censura y se violan las libertades individuales y la privacidad desde el Estado. Pero no faltará alguien que pueda objetar que aquella, constituye el grupo de las naciones “avanzadas”, que gozan de “tolerancia y libertad”.
Esto debería ser prueba más que suficiente de que el progreso europeo y de otras sociedades (en algunos casos, ese progreso es materia pendiente), su ventaja actual frente al mundo, se alcanzó luego de transitar un extenso recorrido, ni mucho más pulcro ni mucho menos hediondo que el que, suponen, camina América Latina, continente que también encontró el frío del acero español durante la colonización. Un dato más para añadir al historial.
El “ejemplo” de las sociedades más avanzadas, se alza ante las atrasadas como un muro construido con ladrillos de violencia, pegados con la sangre coagulada de los cuerpos que su transición hacia la “tolerancia” ha dejado en el camino.
No parece posible creer que alguien que se supone ha recibido una instrucción, que posee amplia experiencia profesional, que ha leído y que, en algunos casos, hasta ha sido reconocido o premiado, pueda ignorar la historia y los procesos de construcción por el que todas las sociedades han pasado. No parece posible que pueda lanzar acusaciones al aire, sin lograr ubicarlas en un contexto. Pero está demostrado que sí es posible. Claro está que, si pudieran ubicarlas en un contexto histórico social, la acusación misma se vendría abajo, y con ella, todo el edificio de ideas carentes de sentido que han escrito como si hubieran sido escupidas en lugar de elaboradas y pensadas.
Es cierto que América Latina es una región que se ha visto infectada con el germen de la violencia, muchas veces interna, otras provocada desde afuera, forzada por las mismas sociedades que lograron el progreso. Tal vez no exista autoridad moral alguna para justificar la barbarie, pero tampoco existe un sólo ejemplo que se le pueda restregar en el rostro a este continente, que no esté salpicado por una barbarie peor. América Latina fue descubierta, influenciada y dominada por esas sociedades que recién ahora han llegada a la meta de la tolerancia y la libertad; posiblemente la barbarie sea contagiosa.
Los periodistas, intelectuales, ensayistas y conocedores de inmensa trayectoria, portadores de gran respeto, que se envuelven en esas opiniones muchas veces vacías de conocimientos, podrían considerar la posibilidad de hacerle honor a esas cualidades que se les adjudican, o demostrar que realmente las poseen. Si se ignoran los contextos, la historia, el pasado, la opinión carece completamente de valor y, por lo tanto, sólo se pueden enunciar ideas fútiles y faltas de todo contenido coherente, conceptos vacuos y erráticos propios no de un intelectual, sino precisamente, de un ignorante. Un ignorante peligroso, pues su investidura falsamente merecida le concede el poder de difundir sus naderías a lo largo y a lo ancho de la sociedad que habita. Pero aún así, no es más que un personaje ramplón que viste la intelectualidad como una máscara, y eso lo vuelve dañino y contaminante.
Lo más decepcionante sería pensar o saber que en realidad no ignoran en absoluto esa historia que se esconde detrás de sus ejemplos y sus justificaciones, sino que prefieren hacerla a un lado, maquillarla, acomodarla para que encastre perfectamente con lo que pretenden transmitir. Moldear la verdad entera para después cortarla y presentarla como algo irrefutable. Pero si es así, siempre podrá ser refutada con la otra mitad de esa verdad a medias.


Pablo Sieira*

Junio de 2007

*Pablo Sieira es mi compañero de la vida. Un gran estudiante de la UNLZ. Pero sobre todo, un gran periodista (nada de incipiencias, ¡oíste! ¿no?)

La mirada del contraste


La realidad no es, ante la mirada de cualquier observador, un cúmulo de hechos en bruto. En términos piercianos, el ser humano accede a ella a través de terceridades, es decir signos. De modo tal que queda desterrada toda posibilidad de percibir una verdad absoluta o la realidad misma.

Aunque existan tantas miradas como personas en el mundo, es posible construir hipótesis acerca de tendencias predominantes, de acuerdo a contextos, épocas y culturas. Siempre teniendo en cuenta que estas hipótesis no podrían no estar condicionadas por cuestiones atinentes a la mirada del que mira: subjetividad, autorreferencialidad, experiencias vividas.

La mirada del que mira en este caso (vale decir, yo) percibe miradas confiadas y desconfiadas, pesimistas y optimistas, críticas y conformistas, que subsisten, simultáneamente, en las mismas personas. Miradas que se complementan con y que toman las características de la época en la que están ancladas. Miradas contradictorias. Contrastes.

La mirada actual es una mirada acostumbrada al contraste. La convivencia de los opuestos es normal, puesto que no estimula miradas atónitas que necesiten de repeticiones para arribar a convencimientos. La mirada actual es tan binaria como el signo de Ferdinand de Saussure: si existe un algo, es porque existe su opuesto. De manera tal que los opuestos aparecen representados en la mente como un conglomerado inseparable e inobjetable.

Primer contraste. Mundo pobre-mundo rico. Viaje en tren hasta El Jagüel. Apretada, en transporte sucio, como las personas acostumbran, lamentablemente, a viajar todos los días. El tren se detiene en ese mundo triste, olvidado por muchos, bastante más sucio que el tren. Mundo Pobre. Mundo real. Me subo a un remis con características de colectivo (cuesta 1 peso y lleva a más de cuatro personas. No importa, todo sea por cuidar el magro sueldo recibido por mi trabajo periodístico). Apretada otra vez. Y en esos veinte minutos que demanda mi llegada a Canning escucho a las empleadas domésticas que se quejan de los jefes que toman el cafecito bien tarde y las dejan esperando para que levanten la mesa, o, peor aún, que no les dan vacaciones. Llego a destino, zona de countries y clubes de campo. Otro mundo. Mundillo de espuma, de fiesta y de pantomima. Mundo irreal.

Segundo contraste. Estudiar-voyeurismo. Desde que opté por esta profesión me dijeron más de una vez: “Te vas a cagar de hambre”. Firme y dueña de perspectivas triunfalistas, siempre levanté la cabeza y dije: “No creo que así sea. De todos modos, prefiero cagarme de hambre antes que estudiar administración de empresas”… (no porque esta carrera me represente algún prejuicio, sino simplemente porque no me genera ningún tipo de interés).

Estudié toda la tarde y quedé abombada. Qué mejor que relajar el cerebelo con unos minutos de la bendita TV. Allí me topo con mujeres ligeras de ropa que jamás han tocado un libro y que viven en el mejor de los mundos. Mujeres que no saben quién fue Adolfo Bioy Casares, o, peor aún, que desconocen el significado de la palabra modular. No es mi objetivo operarme las lolas y salir a bailar por un sueño. Tampoco lo es vivir en el mejor de los mundos, aunque sí, no tener que cagarme de hambre. De cualquier forma… ¿es esto normal? A nuestros ojos, sí.

Tercer contraste. Las exigencias del capitalismo. Un aviso en Computrabajo pide estudiantes de periodismo para trabajar en una revista de interés general. Fundamental: echo un vistazo a sueldo y cantidad de horas. Sueldo, pasable. Cantidad de horas… ¡nueve! La maquinaria capitalista exige personas capacitadas y predispuestas de lleno a prestar su fuerza de trabajo. Y, claro está, consumidores permanentes de bienes y servicios. El mismo contraste que se evidencia cuando, después de haber salido hasta las 7, nos espera un domingo con unos cuantos apuntes que leer, unos cuantos trabajos prácticos que confeccionar, unas cuantas notas para Gráfico II que escribir.

Cuarto contraste. Lo que somos y lo que seguimos sosteniendo que somos. Se supone que ya conocemos nuestras raíces. Que sabemos a la perfección quiénes somos y de dónde venimos. Y que, por más que muchos admiremos a Pablo Neruda como poeta, es imposible no objetarle su teoría de que “los españoles se llevaron todo pero nos dejaron algo hermoso: el idioma”. ¿Acaso este gran hacedor de odas desconoce que aquí ya existían lenguajes de lo más románticos, hermosos y originales? Pregunta que carece de sentido si recordamos que, todavía, hablamos de Día de la Raza. Y de “descubrimiento” de América.

Quinto contraste. ¿Limpiás el piso?-¿Me ayudás a limpiar? Siempre aborrecí las tareas de la casa, y siempre dije: “No son para mí”. Pues bien, la discusión con mi novio Pablo acerca de quién se hará cargo de limpiar, barrer, fregar, pone en evidencia que yo, por mi condición genérica, estaría obligada a hacer de pé a pá todas las tareas de la casa. Y él, con espíritu benevolente, sería el “ayudante”. Hace rato las mujeres dejamos el hogar para encontrar un lugar (todavía desigual) en el mundo laboral. Aún así, todavía somos las obligadas y ellos son, en el mejor de los casos, los ayudantes.

La lista es interminable. Pero llegado al quinto contraste procesado por mi mente en los últimos meses, creo que mi mirada sigue un tanto atónita. Espero no haberme acostumbrado tanto a los contrastes. Espero.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Fragmento de "El Imperio Del Consumo", por Eduardo Galeano


La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar (…). El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi toda esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo. (…) Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales.”

“'Gente infeliz, la que vive comparándose', lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. 'Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada', dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires."

“Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

Repudio Al Tiempo


El tiempo: unidad, estructura, organización. Yo: fragmentación, desestructura, desorganización. Tal vez mi odio hacia el tiempo se deba a esta situación de encontrarme en la vereda opuesta. Lo aborrecí siempre, en todas sus manifestaciones, con todas sus presiones e implicancias en mi psiquis.

Por aquella bendita razón de que “el tiempo es dinero”, la sociedad condena el tiempo “perdido”. Y yo, que llevo internalizados unos cuantos paradigmas sociales (no podría negarlo, sería hipócrita de mi parte), me cuestiono cada vez que estoy sin hacer nada, lo que adopta la forma de interrogaciones histéricas y persecutas acerca de qué es lo que debería hacer en los minutos siguientes.

Ayer me acosté a las 3. Hoy me desperté a las 8. Salí corriendo a la facultad, sin comer, escuchando una grabación en el colectivo para elaborar mi crónica en clase. ¿Cuál es la explicación de que, una vez de vuelta en mi hogar, perdure la búsqueda de ocupaciones? Es esa necesidad constante de hacer algo, sin importar que ese algo realmente tenga sentido. Necesidad que me atormenta y por eso me atormenta el tiempo. Puja entre el ello y el súper yo.

Nunca pude rehusarme por completo a los relojes, puesto que vivir sin ellos sería la desadaptación completa. Lo miro, me increpa, impávido, desde mi muñeca. Me exhorta: “¡Nena, apurate, corré más rápido que llegás tarde a trabajar!”. Resultado: suspiros finales, respiración agitada, palabras condescendientes de mi jefe, que indican que el tiempo ganó la batalla.

Me gané el mote de irresponsable- impuntual durante toda la secundaria. Mis novios o cuasi novios siempre se quejaron de que tardo en arreglarme para salir. Buscar cosas a último momento me convirtió en la histérica de la familia y mecondujo a abandonar mi casa a los gritos en reiteradas oportunidades. En estas escenas se expresa mi desafío al tiempo: allí encuentro la libertad, cuando no hay una obligación esperándome. Soy yo la que gana la batalla.

El pasado y el presente: inventos para designar períodos de nuestras vidas. Sirven para que comprendamos la historia, pero no creo que nos ayuden a llevar un control de nuestra constitución como sujetos. No veo a mi vida con forma de eje ni al pasado como recorte. Por el contrario, mi vida es una sucesión de situaciones que se repiten, de caras que vuelvo a ver, de personas que quiero volver a encontrar, de momentos que se despliegan como fotografías en mi imaginación. Mi pasado es parte de mi presente, y punto.

Es que el tiempo es un “tremendo invento sabandija”*, como tantos otros, capaz de estructurar nuestra naturaleza desestructurada. Y, tal es mi caso, las más de las veces desestructurarla aún más. Quizás en este momento –para mí cargado de sentido- esté perdiendo el tiempo escribiendo sobre el tiempo, fumando un cigarrillo, escuchando la lluvia caer sobre el asfalto.






“No importa el tiempo que pase, sino lo que pase en el tiempo” (Héroes del Silencio)

*Andrés Calamaro, "Las oportunidades".